Había una vez, en un lejano mundo, hostil y desgraciado, una persona muda. Una que andaba anestesiada, agraviada por los avatares de la vida. Una espectadora de la vida. Viéndola pasar... la ñata contra el vidrio, en un azul de frío...La vida era para otros, afortunados, dotados, talentosos.
Aquel era un tiempo de dolor, de ese que corroe el alma hasta lo más profundo, llevando la parábola del deseo hasta la destrucción de la asíntota, lo cual es el equivalente a su extinción, al menos en el eje de las y. Era una tragedia, realmente, enfrentar cada día sin saber cómo llegar hasta el final, agotando las energías a cada paso cumplido y tildado en la lista de deberes por venir. Eso sí, para los deberes, siempre lista. Buen salvavidas para ese contexto.
Era muda, era muda, la chica era muda. Nunca dijo, nunca dijo, nunca dijo nada.
El amparo institucional aportó lo suyo en el lento proceso de curación de heridas. Una ocupación, una identidad, horas de vida dedicadas y por dedicar. Era rara la ecuación, pero funcionaba.
Fue ese el tiempo de vida de la silenciada a. a de agotada, afligida, arrasada, aterrada. Un tiempo de minúsculas...como cositas para la supervivencia, prótesis, vendajes.
Los años pasaron y pasan y ojalá sigan pasando, pero sobre todo por fin ha pasado el silencio ensordecedor, el dolor en crudo, la sangre manando a borbotones por cualquier lugar, de cualquier manera. Hoy las letras siguen siendo esas pero tienen otro orden, otra determinación y la posibilidad de escribir algunas nuevas y más alentadoras combinaciones.
Sin querer queriendo, las letras son casi las mismas, pero la firma es otra.
Licenciada a
Sí, la a sigue pequeña, pero esa es otra historia...
martes, 10 de marzo de 2009
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