lunes, 6 de abril de 2009

Victor

Lunes, doce de la noche. Paseo por la net mientras mi mamá, que está de visita y se aloja en casa, mira la tele y comenta, cada tanto, sobre su alegría alfonsinista, mientras mi perro roe un huesito resultado del puchero que acabamos de cenar.

Bien podría tratarse de una escena cotidiana, pero no lo es. Mamá está de visita, repito, de visita y mi perro come alimento balanceado. Más plan chino que todos contentos. Pero lo sobrellevamos bien y falta poco para que termine y mi vida vuelva a su normalidad.

De pronto escucho algo raro, que sale de los sonidos habituales de casa, pero no presto mayor atención. De pronto me siento observada. De pronto capto una imagen inusual. De pronto, me pregunto, si llegó el momento en que definitivamente sentencie que estoy trastornada, alucino y no solo escucho cosas sino que además las veo!!! ?? Oh, dios mío, llevame!

Me paso las manos por los ojos, busco una referencia en la realidad, como la hora en mi celular y compruebo, para mi enorme sopresa que hay dos ojitos que me miran desde el balcón. No es paloma. No es gorrión. Tampoco murciélago. Son las doce y cuarto de la noche. Y si omití un detalle, perdón...vivo en el piso veinte. Repito, piso veinte. Ojitos, piso veinte?

Mi perro no acusa recibo, se acerca a esa mirada, moviendo la cola, con actitud de buenos amigos. Ma, vení! Ma, Maaaaa. Hay un gato en el balcón! Miau miau y guau guau. Y nosotras no entendemos qué pasa pero reímos a carcajadas.

Estamos todoooooos! Mamá, mi perro -y si omití otro detalle, perdón-...es un caniche toy. Sí, un perrito de juguete, que está más contento por la presencia del felino, que por haber ligado un huesito de osobuco. Y yo. Qué cuadro, señores! Qué escena la que sobrevino.

Madre felinofóbica propone ideas para convivir todos. Perro que no sabe que es perro y que su deber es combatir al enemigo, intenta conquistar a michimiau negro, con ojos de forma humana (acaso intercambió pupilas con "Bicho K"?). Gato que gruñe, o bueno, lo que sea que hace un gato, que yo no entiendo porque nunca tuve uno. No sé si está asustado, si quiere jugar o qué cosa quiere hacer en mi casa. Yo soy más de los perros. Y de los perros toy, que para algunos ni califican como tales.

Los dueños, unos idiotas yanquis vecinos de dos balcones de distancia, son unos inconcientes. Pero además de eso, no están! Y ya son las doce y media de la noche. Qué barbaridad! Me indigno tanto que me doy cuenta que estoy grande, quejosa y por supuesto llamaré la atención a esta gente sobre su comportamiento en el edificio. Grande. Lo dije.

Bueno, lo ponemos en la cocina con la puerta cerrada. Indomable. Está bien, que jueguen las mascotitas y se hagan amigos. Imposible. Gato da zarpazo violento a perro, que sigue moviendo la colita. Es o se hace?

Pensá, pensá, pensá. Dale tonta, si vos sabés resolver problemas. Eso te dijeron muchas veces. Mmm, sí, pero yo no estudié etología, de manera tal que pueda hacer coexistir canino y felino con madre en depto 2 amb luminoso vista al frente. Pensá, pensá, pensá.

Sí! Pedro. Claaaro, Pedrito, el señor de seguridad...seguro me ayuda. Bajo por el ascensor, tentada de tomar la calle y darle parejo para otros lares y dejar a todos estos personajes en casa y que los ayude otro. Hete aquí que Pedro no está, mis amigos de la heladería están cerrando, el kiosko cambió de dueños y a los del sushi no me los banco. Aya.

Pensá, che, dale.
I got it Victor.
Implemento una especie más acelerada que el Victor English Method pero aplicada al mundo animal, a saber: le pongo al gato la correa de mi can, a quien guardo en la cocina mientras raya toooodita la puerta. Sereno a mi madre, recordemos, felinofóbica, que a todo esto ya contó por vez número ocho sobre aquel gato desgraciado que la arañó en 1921 o sobre aquel otro que le hizo una maldad atroz y qué sé yo cuantos avatares más. Inhalo, exhalo. Quedate quietito mi amor, ya viene tu mamá. Pero no entiende. Ya sé! Le hablo en inglés, le juego, lo quiero convencer, pero sobre todo en inglés y así es como logro colocar correa en el ínfimo cuello del gatito, rogando que no me zarpe una garra en el medio de la cara.

A esta altura ya le puse un nombre. Saco a Victor al pasillo, con la correa, mientras me vuelve a atacar la risa cuando se echa al piso y hace todo tipo de movimientos retorcidos para sacarse la cuerda. Mi perro llora, quiere jugar! Y mi madre ya está pensando que lo revolearía a la mierda al gato de mierda este hijo de puta que nos cagó la vida. Ufff.

Dale, si vos sabés resolver problemas más intrincados que este. Es ya la una menos cuarto y mañana tenés una larga jornada laboral. No importa el emo suicida ni la anoréxica que busca novio y mucho menos el gordito que no tiene amigos.

Lo único que sé, en cualquier idioma, es que todos nosotros no podemos convivir.

Acción. Dejo una nota bilingüe en la puerta de mis vecinos, para que no quepa duda acerca de lo acontecido y ruego tengan a bien poner una protección en su balcón en nombre de la buena convivencia de todos. Si el gato está demás, ma sí, lo ato a la puerta del pasillo con la correa de mi perro, antes la alargo con un hilo zizal que encuentro en mi costurerito para evitar que se ahorque.

Y le explico, en inglés, todo lo que va a pasar de ahora hasta que lleguen sus dueños, que nunca podrá ser peor que haber saltado hasta mi balcón cruzando nada menos que dos abismos a sesenta metros de altura con respecto al suelo.

Got it Victor?

Miaaaaauuuuuu