Hace unos días dí un paso importante en lo que considero la evolución hacia la madurez. Mejor dicho en lo que de pequeña solía creer que significaba ser grande. No haré pesar sobre estas letras la cantidad de años de psicoanálisis que pesan sobre mis espaldas. Esta vez, nada que verrrr.
Entonces, de chiquita creía que había ciertas cosas que marcaban la diferencia entre ser niño y ser adulto. Básicamente tres cosas. Cigarrillo, cerveza y café. Ahora que lo escribo me doy cuenta que todas tienen que ver con el sentido del gusto. Algo así como que gustos fuertes eran para los grandes. Nosotros, los niños saboreábamos cosas suaves, caramelos, jugos, qué sé yo.
Esta idea me acompaña hasta el día de la fecha, pues si no estaría abocada a asuntos más relevantes...Pero de esos me cansé bastante en estos últimos tiempos. Conforme a esta idea de evolución que de Darwinista debe tener poco, creo haber ido creciendo. Si empecé a fumar a los 14 años seguramente se haya tratado de un índice de sobreadaptación. Luego vino beber. Beber, beber... beber fue contemporáneo al pucho pero podría decir que mi afección por la cerveza comenzó a los 18 años aproximadamente. En esta escala cobra un sentido. Digamos, a esa edad extra colegio uno toma una birra y fuma un pucho con la libertad de quien ha roto las cadenas de la niñez. Sin pedir permiso, sin arrancar hojitas de árboles y desmenuzarlas con los dedos para quitar la baranda a nicotina y alquitrán antes de llegar a casa. Uno tampoco esconde los vestigios de una noche de excesos adentro de un placard simulando estar durmiendo en la cama con sábana de arriba y de abajo cuando en realidad todo está hecho un bollo en el que nadan cosas. No entro en detalles.
El asunto es que ya de grande empiezan a pasar cosas que requieren de una inversión cada vez mayor de los títulos de la adultez, esos que ya dijimos tienen por forma la letra C. Bien por el cigarrillo, bien por la cerveza...Pero, y acá viene el quid de la cuestión...he vivido situaciones en las que lo único que alguien puede hacer es tomar un café. Situaciones altamente traumáticas por no poder participar, por decir con cara de asco: no me gusta el café. Y en el fondo desear fervientemente poder tomar esa tacita de no sé qué que todo el mundo disfruta y hasta tiene que librarse de la compulsión. Cómo hay tratamientos para dejar de y yo no lo puedo tragar?
El desayuno fuera de casa se tornaba una tortura. Fuera del refugio del termo y el mate, he maldicho una y otra vez el hecho de no poder tomar el famoso cafecito. Ese que cuadra bien cuando hay poco tiempo, pero también en un velorio, o después de una gran comilona, o para despertarse un poco y seguir trabajando o estudiando y tantas otras aplicaciones que empiezo a descubrir hace poco tiempo.
Una vez traté de tomarrrme un feca, así fuerte, áspero, duro, como para superar la prueba de la cafetez y casi me descompongo. Hace unos años una amiga me llevó a tomar una lágrima, so pretexto de resultar pasable por estar rebajado en leche. Gustosa acepté, creyendo que de una buena vez estaba creciendo. Craso error. La leche me desagrada, pero no me hice mayor problema porque no es medida de adultez! La experiencia fue realmente una lágrima.
Días atrás mi papá-un café adicto!...me dice que de a poco hay que ir saboreando las cosas. Ojo, no me voy a detener en el Edipo ni en la niñez ni en la puta quinta pata al gato. Solo digo que mi papá me llevó a tomar un cortadito mitad y mitad, que me cayó realmente muy en gracia. Debut y despedida, pensé con resignación. Tampoco es que había crecido taaanto puesto que no estaba dispuesta a incluirlo entre mis actividades cotidianas.
La semana pasada cenamos con amigas en un lugarcito divino. Charlas agradables, platos deliciosos. Un momento ameno, de esos que vale la pena vivir con las amigas de siempre. Hasta que llega el momento del trauma, ese en que las chicas deciden mitigar la comilona con un pedido fresco y espontáneo. Un café, una lágrima, un cortado...
Y yo, que me pregunto si habré crecido lo suficiente como para pedir la tan ansiada infusión como dios manda. Tomo coraje, fiel a mi estilo analizo el caso como se presenta y decido proferir las palabras tan esperadas, como si se tratara de un acto de arrojo...Para mí, un cortadito mitá y mitá. Tímida, pícara, risueña y sonrojada. No voy a mentir, me faltó un poquito para terminar el contenido del pocillo, pero qué rico café!
Mis amigas rieron, me gastaron y no le dieron mayor trascendencia a este detalle que para la niña que debo seguir siendo significa algo así como una revolución paradigmática...Será esto madurar?
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sábado, 31 de enero de 2009
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